Francisco Ortiz Bello/
El Diario | Domingo 11 Septiembre 2016 | 00:00:00 hrs
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Ahora resulta que, marchar por los derechos de la familia, la educación
de los hijos y una convivencia armónica, es discriminatorio para otros
grupos. Nunca había registrado antes una argumentación tan carente de
sentido y con tal despropósito, como ésta que esgrimen los movimientos
de la comunidad LGBT, a propósito de la Marcha Nacional por la Familia
que se realizó ayer en más de 110 ciudades de todo el país y que,
conservadoramente, logrará sacar a las calles del país a poco más de 2
millones de personas. Unas 650 mil familias mexicanas. Al momento de
escribir estas líneas, se habían completado nueve marchas, en ciudades
de ocho estados con un total de 300 mil manifestantes. Una respuesta
pocas veces vista a una causa social.
Aplicando esa absurda lógica, la de que manifestarse por un derecho
resulta discriminatorio para otros, las marchas y manifestaciones de la
comunidad LGBT que dieron inicio en octubre de 1978 en la Ciudad de
México a toda una revolución social, y que les han traído el
reconocimiento y respeto a su condición de vida, simplemente no podrían
haber sido, porque insisto, a la luz de este razonamiento, eran
claramente discriminatorias para los heterosexuales. Y sin embargo
fueron. Así de simple.
Es evidente que el discurso de las comunidades LGBT, victimizándose al
extremo, ha sido generosamente rentable para su causa porque, doliéndose
exageradamente de una discriminación social casi al extremo de la
aniquilación, han logrado toda clase de prebendas y privilegios de los
que ningún otro ente social disfruta. Si bien es cierto que, en épocas
pasadas, ciertos sectores radicales de la sociedad los discriminaban por
su condición, también lo es que siempre tuvieron el respaldo de otra
parte de la misma sociedad que, sin tanto ruido ni protagonismo, los
respaldaba. Pero también ha sido discriminadas históricamente las
personas obesas, o los zurdos, o cualquiera otro que sea marcadamente
distinto del resto, de la mayoría.
Sin embargo, salieron a las calles y “confesaron” públicamente sus
preferencias sexuales y exigieron el derecho a esa postura pública, y a
que se les respetara su preferencia sexual. Y lo lograron. Se les
respetó.
Pero luego quisieron más. Exigieron que se reconocieran su derecho a
vivir en pareja, con todo lo que jurídicamente implica eso. Y también lo
lograron. En el mundo y en México surgieron las uniones entre personas
del mismo sexo o sociedades de convivencia.
No obstante, insatisfechos por lo logrado y envalentonados por eso
mismo, fueron por la institución del matrimonio, una figura milenaria de
la sociedad para salvaguardar la estructura de la célula básica de la
sociedad: la familia, cuya fuente principal de legitimidad se basa en un
concepto que nada tiene que ver con leyes, ni religiones, ni moral ni
nada más que un principio fundamental de la naturaleza: la reproducción
humana.
Y si la familia es potestad de quienes creen en esos principios, y en
esa filosofía de vida, clara y evidentemente inalcanzable para los
integrantes de la comunidad LGBT (por su incapacidad física y biológica
de reproducirse de manera natural) ¿Qué caso tenía entonces invadir un
espacio que no les correspondía? ¿Para qué exigir el derecho a algo que
no les pertenece, ni por naturaleza, ni por definición? ¿Para qué
provocar una reacción como la que se ha generado?
¿Por qué afirmo que los conceptos de matrimonio y familia van más allá
de meros estereotipos jurídicos, religiosos o sociales? Bueno, porque
dentro del Frente Nacional por la Familia, agrupación que promueve estas
marchas y manifestaciones, hay personas de las más diversas ideologías,
características, creencias, religiones y hasta preferencias sexuales.
¡Sí! Dentro de esa agrupación hay homosexuales, lesbianas, travestis y
demás exponentes de las comunidades LGBT, que apoyan esa causa. No hay
tal discriminación a ningún grupo.
He revisado con detenimiento los postulados que enarbola este Frente
Nacional por la Familia. No hay uno solo que atente contra la dignidad
de grupo o persona alguna. Todos son en sentido positivo y reivindican
derechos que consideran menoscabados, exigen al gobierno se les
reconozca como tales y, en consecuencia, se restablezca la prevalencia
de esos derechos.
¿Cuáles derechos exigen? El derecho a conservar la institución del
matrimonio como lo ha sido hasta ahora y por siglos, un baluarte de
quienes creen en determinados conceptos, de quienes practican
determinada filosofía de vida que, más allá de que si están o no en lo
correcto, y más allá de que si son pocos o muchos, ¡Tienen derecho a
ello! Exigen, ante lo que ellos consideran una amenaza, que puede o no
serlo, que puede o no existir, pero ellos así lo advierten, se blinde el
derecho de las familias a educar a sus hijos con entera libertad y
autonomía en los temas sexuales, sin la injerencia, de ningún tipo, de
la autoridad educativa. ¡Caray! Por donde lo analice, no veo
desproporcionadas, ilegales o absurdas sus peticiones. Tienen derecho a
manifestarse.
Por lo tanto, no hay tal discurso de odio, no hay tal discriminación, y
sí una clara estrategia de sus contrapartes por evitar, a toda costa,
que las manifestaciones públicas del Frente Nacional por la Familia se
den y tengan éxito. Hay, incluso, una evidente campaña de desinformación
tendiente a ese objetivo, una campaña que incluye carteles y postulados
falsos, en los que se le atribuye a dicha organización posturas o
exigencias que sí son claramente discriminatorias, pero que no forman
parte de sus postulados.
Alguien está muy interesado en que las manifestaciones a favor de la
familia, en todo el país, no tengan éxito y que, si lo tienen, eso no se
divulgue con toda la amplitud que el caso amerita. Eso es evidente.
Pero ¿por qué tanta urgencia del tema sobre la familia? Muy simple, la
sociedad en general, en el mundo entero, sufre de una gran crisis de
valores y de identidad, lo que ha generado que haya, cada vez más,
políticos corruptos y ladrones, criminales sin escrúpulo alguno, malos
profesionistas, malos deportistas, malos policías, malos ciudadanos en
general. Y usted se preguntará ¿Y eso que tiene que ver con el tema de
la familia? Todo.
Todos esos malos ciudadanos que hoy abundan por todos lados, esos
políticos ladrones, esos policías corruptos, esos abogados negligentes,
no son de probeta, ni llegaron de Marte o de otra Galaxia, no. Son
producto de esta sociedad. Esta sociedad está produciendo, cada vez más,
malos ciudadanos. Y si consideramos, como lo es, que la familia es el
núcleo de la sociedad, entonces queda claro que algo no está funcionando
bien en el seno de las familias. Por eso la necesidad, urgente, de
recobrar esos principios y valores de la familia tradicional, que se han
venido relajando y obviando con mayor facilidad cada vez.
Esta problemática no es ajena a nuestra frontera. El pasado fin de
semana marcharon, en Juárez, alrededor de 20 mil personas (Protección
Civil reportó 15 mil) según los organizadores de la marcha, pero el
punto es que cualquiera de las cifras supera, por mucho, culaquier
manifestación de la comunidad LGBT en esta ciudad. Y no es que sea un
asunto de números, de mayorías, pero sí un claro referente de qué piensa
la sociedad juarense, en su mayoría, sobre el tema.
Me queda claro que, los que están haciendo de la manifestación por la
familia un tema de odios y confrontaciones, son los que no quieren, bajo
ningún concepto, que los que sí creen en la familia natural y el
matrimonio tradicional, se manifiesten libremente, cosa que me parece
bastante criticable, porque en su momento nadie les impidió que ellos sí
se manifestaran con entera libertad. Es decir, algo así como “hágase la
justicia sí… pero en los bueyes de mi compadre”, lo que me parece
bastante, bastante discriminatorio y ventajoso. ¿O usted qué opina?
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